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me suelo venir caminando de Castro hasta mi casa: 5 Kms. Alli, poco a poco este incidente se transformó en siguiente pequeño relato.


Borde de río


Estaba en medio de un entretenido sueño donde los golpes en mi ventana estaban cargados de un estremecedor sentido erótico, de esos que al despertar en medio de la noche podría llevarme a hacer rabiosamente el amor con mi almohada. Pero la insistencia y el volumen creciente de ellos, me arrancó de mi excitación, medio despierto presté atención y reconocí los ritmos de Daniel, mi amigo de toda la vida. Abrí la ventana, recién comenzaba a aclarar, miré, apenas lo reconocí en la casi noche y antes de que yo preguntara nada me dijo:- Ven ayúdame. La urgencia de la frase me llevó a levantarme de un salto, vestirme rápidamente. Salí con cuidado por la ventana para no despertar a nadie. Cuando estuve junto a él susurré -¿Qué pasa?. Me hizo un gesto para que callara y lo siguiera. Cuando estuvimos en calle le dije al oído: -¿Estas loco? Sabes tan bien como yo que no se puede andar por la calle a esta hora, nos pueden matar-. Ahí recién oí su voz.: -Si, hay que caminar con cuidado. Vamos al río. Caminamos en silencio, cosa inhabitual entre nosotros que, cuando estábamos juntos la lengua no paraba nunca. Esto me llevó a mirar la calle, el brillo de las pocas luces sobre el empedrado, ver en ellas dibujos extraños, que mi fantasía transformaba en seres mitológicos, de tanto en tanto, al mirar las casas que estaban cada vez más separadas unas de otras, se me aparecían como fantasmas listos para saltar sobre nosotros en cualquier instante.

El silencio, ayudado por una bruma que se comía el sonido de nuestros pasos, se hizo más intenso. Así llegamos a las últimas casas antes del río, en una de ellas vivía Rosa mi compañera de escuela con la cual compartíamos sueños y juegos que jamás contaríamos a nadie. Tomé una piedra para tirarla a su ventana. Daniel me tomó la mano y me dijo en forma casi inaudible: -¡No seas loco! Nadie debe vernos- e hizo de nuevo un enérgico gesto de silencio. Todo esto tuvo tono dramático y quedé muy intrigado. Recién entonces comencé a preguntarme ¿Que le pasará a Daniel?. ¿A donde me lleva? Caminamos hacia el borde del río, ahora el ruido de las ranas, el zumbido de los insectos, y el parloteo de algunos pájaros tempraneros creó un especie de ruido de fondo y como estábamos lejos de todo pensé que nadie podría oírnos. Lo tomé por el hombro para preguntarle ¿Qué pasa?. Ahí él giró su cabeza, ya había aclarado bastante y a pesar de la niebla más espesa cerca del río, vi su rostro, estaba muy alterado, era evidente que había llorado. Le pregunté -¿Por Dios Daniel que pasa?- Me hizo un gesto raro, un poco como si me dijera " no puedo hablar". Comenzamos a caminar por entre los juncos de la ribera. Daniel miraba intensamente el río y el camino que llevábamos. Sólo después de un largo caminar en silencio, escuché su voz que fué casi un estertor: -Se lo llevaron, Juan, anoche se lo llevaron- entonces se dió vuelta y se puso a sollozar escondiendo su cabeza en mi pecho. Después de un rato me pudo decir -Alguien tiró una piedra envuelta en un papel contra los vidrios de mi ventana. El papel decía que él y diez más habían sido muertos en el puente del río. No conté nada a mi madre, ella está esperando poder salir a la calle, para buscarlo en el Reten, el cuartel, donde sea. Yo quiero buscarlo, quiero encontrarlo, no quiero que se lo coman los perros, los cuervos, los pescados, que se lo trague el río. Ahora ya sabía que buscar y con una brusca náusea, mi interrogar al río se unió al de él.

Una llovisna comenzó a caer sobre nosotros y llenó nuestras caras de lágrimas. No fué necesario caminar mucho más lejos para encontrar un primer cadáver, con esperanza y horror lo miramos, no era. No supimos que hacer, lo sacamos a un sendero cercano. Seguimos, encontramos otros. El cuarto era el papá de Daniel. No quisimos dejarlo allí expuesto a todo, le sacamos el escapulario que siempre usó, era lo único personal que le quedaba. Hicimos, una tumba junto a los juncos, donde la tierra aun era blanda. La hicimos, con un pequeño cortaplumas, las hicimos con con nuestras manos, con desperación, horror y amor, una tumba para que lo protegiera hasta que fuera posible volver y enterrarlo como corresponde a un cristiano y a todo hombre de bien.

Cuando pudimoa volver un yeep militar recorría el borde del río. Al menos la tumba del padre de Daniel se iluminaría cada aniversario con flores entre los juncos del rio.



Draco Maturana,
Príncipe de Nercón, patria de los arcoiris.
Casilla 14, Castro
Chile,
Fono: (65) 636176
e-mail: dracomat@entelchile.net
RUT: 1.982.173-0



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