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YO QUE ESTOY TAN LEJOS? «Pero, ¿qué es para ti el folklor chilote?" me pregunta una amiga de antaño, a mi que estoy tan lejos de mi islita. Una pregunta difícil, también dolorosa. Como es doloroso vivir tan lejos del lugar donde nací, donde crecí, donde tuve mis primeros amores, donde están las tumbas de mis queridos. No es tan solo una lejanía fisica: lo es también mental. Me he vuelto europea, es cierto. No es algo que quise: fueron las circustancias de la vida que lo impusieron. Pero la realidad no cambia, y yo estoy tan lejos, y me pesa, y me produce dolor, pero tiene razón Alberto, mi marido, que la distancia volvió cada vez más chilote, cuando me dice que ya soy europea y que dejé de ser isleña. ¿Qué es el folklor para mi, entonces? Es no perder mi raiz, antes que todo, porque es terrible cuando uno se mira a la espalda y, de repente, se encuentra sin raiz alguna: ni con el lugar donde nació, y tampoco con el lugar donde uno vive. Porque yo me volví europea, era inevitable, pero Europa me sigue extraña: no es mi sangre, no es mi sentir. Entonces miro una vieja fotografía borrosa que encontré en algún lugar: un grupo folklórico achaíno de hace casi cuarenta años atrás. Todavía yo soy una niña chica y mi marido no logra reconocerme en la foto. Miro esa fotografía amarillenta y pienso a aquellos años y me vienen a la mente esos bailes. ¡Qué extraño! Mucho más que la lengua, mucho más que una bandera, mucho más que la gente, es el recuerdo de una cueca que me dona las alas para volver a mi pueblo. Entonces tomo la guitarra y empiezo a tocar. Al comienzo cuesta: la mano no está entrenada. Pero al rato las notas vienen solas y los dedos ya saben donde apoyarse. Punteo la marcha de Putique: me la enseñó Amador. Después un rin, una sirilla, una cueca. Me detengo y abro un velador donde tengo algunas fotos de cuando yo era niñita. Ahí está un muchachito (¿quién será?) bailando cueca con una compañera: entre los dos no sumarán más de unos catorze años. Como me parece extraño, acá en Italia, mirar a estas fotos. Son recuerdos que me perteneces y que, al mismo tiempo, se han vuelto tan alejados de mi vida, pero no por esto han perdido su importancia. Al contrario: se vuelven cada vez más necesarios, porque son estos recuerdos las solas raices de mi vida gitana y desarraigada. Sigo buscando en el velador. Ahora mis dedos se deslizan en la imagen de la banda que desfila para algún dieciocho. Trato de memorizar las casas que todavían se veen (muchas de las cuales ya no existen). Será el '68 o el '69. También la banda es folklor. Y al tiro en la boca siento el sabor de las empanadas y me viene de pensar en el reitimiento: milcaos, baemes, sopaipillas, morcillas, la chagua con olor a quemado... Son los sabores de Chiloé. También su cocina es folklor. Por fin la encuentro: está un poco estropeada, pero no importa. Es igualmente la más preciosa, la foto que andaba buscando: allí anda Amador con su conjunto (el primero de una larga secuencia, todos exitosos). Las niñas llevan frazadas puestas como chales y los hombres huiñiporras e medias chilotas, y no faltan algunas guitarras más grandes que sus tocadores. Quizás cuando fue sacada, en que ocasión: se me olvidó. También en este caso será allí por los años '67 o '68. ¡Cuántos recuerdos lleva consigo esta foto, cuántas añoranzas, qué tiempos bonitos, cuando teníamos tantas ilusiones y ensueños! Y Amador Cárdenas fue el alma de todas aquellas alegrías y de las mil cosas que hacíamos. Porque él no creó solamente grupos musicales, sino involucró a tantos jóvenes achaínos (y después lo mismo en Quellón) en un sinfín de iniciativas. Nunca me olvidé del grupo de teatro, o de cuando Amador nos empujaba a recopilar las memorias de los ancianos, o de cuando salía con mi marido para meterse en las cuevas de los malditos (tal vez en busca de entierros, quizás). Porque folklor no es solamente baile y músicos, sino es todo ésto y Amador nos enseñaba no solamente a cultivar la cueca, sino también la memoria del telar y del palo chuchoquero y de los modismos de los antiguos. ¡Que no lo olvidamos!, ¡que no lo vayamos a perder!. Mirando esas viejas fotos me doy cuento de cuanto ha sido importante el floklor para mi: y cuanto sigue siéndolo. Y en mi caso -como para la mayoría de los achaínos de mi generación- folklor no puede separarse de la figura de Amador, aquel hijo pródigo de Lin Lin. Que alegría que pruebo cada vez que pongo una cassette de musica chilota. Entonces la distancia se acorta y ya dejo de ser desarraigada y me vuelvo otra vez chilota, también en el living de mi casa en Italia. Y vuelvo a tomar mi guitarra y a puntear la marcha de Putique y aunque fuera de la ventana está nevando, me parece de encontrarme en la Plaza de Armas, cuando llegan las bandas, cada una acompañando su Virgen. Mi marido, que aún siendo italiano se ha vuelto tan chilote como las papas, me enseño una linda poesia de un grande poeta mapuche, Leonel Lienlaf: "Nepey ñi güñüm piuke / lapümü ñi müpü / ina yey ñi peuma / rofül puafiel ti mapu" (Se ha despertado el ave de mi corazon / extendió sus alas / y se llevó mis sueños / para abrazar a la tierra). "Pero, ¿qué es es para ti el folklor chilote?", me preguntó una amiga de antaño. Ahora sé como contestarle: es la raiz que me une a mi tierra, son las alas de mi corazón que se extienden a través del océano, es mi abrazo añoroso para mi tierra. Rosita Guajardo Uribe |
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